Las pulquerías en la vida diaria de los habitantes de la Ciudad de México en el siglo XVIII
“Apenas empezaba el amanecer cuando los arrieros, provenientes de las haciendas pulqueras, entraban a la capital conduciendo las recuas que transportaban la espumosa bebida embriagante obtenida de los magueyes. Cada arriero pagaba el impuesto correspondiente a la introducción del pulque y, una vez cubierto este importe, se dirigía a alguna de las pulquerías capitalinas. Comúnmente, los dueños o administradores de las pulquerías, establecían contratos para la adquisición de la bebida producida en determinada hacienda; de esta forma, los arrieros seguían las rutas preestablecidas desde que partían de las plantaciones hasta que llegaban a determinada pulquería.
Con la entrada de las recuas por las garitas y su tránsito hacia las pulquerías, la presencia del pulque en la agitada vida urbana se manifestaba desde las primeras horas del día.
Una vez en las pulquerías, se procedía a descargar las recuas y se iniciaba la mezcla del pulque recién llegado con el que empezaba a descomponerse, obteniéndose así una bebida fuerte y atractiva para los bebedores. Simultáneamente comenzaban los preparativos para la apertura de los expendios.
De manera clandestina – para evitar el pago de impuesto y la confiscación de la mercancía – pequeños productores de pulque se aventuraban por los caminos más recónditos, cubriéndolo con otros productos transportados en canoas, e introducían pulque corriente, con la esperanza de venderlos ellos mismos u ofrecerlo a las vendedoras de comida, instaladas en las calles capitalinas.
Quienes se disponían a trabajar desde temprana hora, sabían que antes de llegar a su centro laboral podían pasar a la pulquería a degustar el pulque con la posibilidad de prolongar su permanencia ahí, sin cumplir con su jornada de trabajo. El mismo riesgo corrían los feligreses cuando los domingos y días de fiesta religiosa, las pulquerías abrían sus puertas muy temprano y algunos de ellos preferían quedarse bebiendo dentro de los expendios y faltar a las ceremonias religiosas.
Algunos trabajadores, como los albañiles, tenían la certeza de que al llegar a la obra en construcción encontrarían a los vendedores ambulantes, que les ofrecerían pulque. Así, podían beber tranquilamente, sabiendo que en el mismo local se vendían variados tipos de alimentos.
También desde temprano se disfrutaba de música, bailes y juegos de azar. Para el placer de los bebedores, estas distracciones se efectuaban durante todo el día e incluso hasta altas horas de la noche.
Una vez cerradas las pulquerías, algunos bebedores continuaban divirtiéndose en las plazas públicas, donde se concentraban en alegres reuniones amenizadas con música y bailes. Estas reuniones se prolongaban hasta el amanecer, de tal manera que los bebedores podían observar el andar de las recuas cargadas de pulque, señal de que se iniciaba un nuevo día en las pulquerías de la Ciudad de México”.
Extracto del texto de Miguel Ángel Vazquez Meléndez en: Historia de la vida cotidiana en México del FCE. Tomo III. El siglo XVIII: entre tradición y cambio.
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De pulques y pulquerías mexicanas en el siglo XXI
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